miércoles, 18 de septiembre de 2013

EL TIEMPO CORRE MINUTOS ANTES DE LAS 7 A.M.

Mira el reloj… La tensión aumenta en la misma proporción de espacio que el bus avanza entre un acelerón y una frenada.  La paciencia empieza a abandonarlo, mientras respira profundo y se pasea las manos por el mentón de barba corta… Vuelve a echarle una ojeada al reloj y no ha pasado ni un minuto desde la vez anterior, pero el tiempo es corto cuando se acercan las 7 de la mañana.

La última parada está a escasas dos cuadras, el tráfico no da tregua y el progreso es poco. Se mueve incómodo en su asiento y vuelve a ver hacia la puerta trasera como si fuera un prisionero que mira hacia el cielo azul entre los barrotes. Hay gente entre él y la salida…  Otra vez regresa a su reloj y confirma que falta un poco más de 10 minutos para las 7. Es posible que el chofer descargue a la gente antes de la parada. Toca el timbre para ejercer presión pero no pasa nada.

El bus avanza un poco más hasta que el conductor abre las puertas y permite la salida. Él corre rápidamente a la puerta trasera. Baja las gradas y lo recibe una torre de desperdicios de la soda de la esquina. Tal parece que los recolectores de basura no han hecho sus labores matutinas en protesta por un aumento de salario que no ha llegado.

Llegamos a San José… “¡A 100, a 100 el nacatamal!”… “¡Lleve, lleve los gemelos, chances, tiempos!”…

... Y mientras camino hacia mi destino con el recuerdo de este viaje tempranero en transporte público, me pregunto si a los conductores que utilizan las arruinadas "rutas alternas" para atravesar la ciudad, haciendo maromas para evadir el cierre en la autopista de circunvalación provocado por el hueco producto de las lluvias, se sentirán tan estresados como el muchacho de reloj grande y gorra negra que bajó del bus de primero hacia una ciudad algo colapsada por el mal mantenimiento de las vías nacionales y por un clima que no tiene piedad, ni misericordia.

Katmarce—