La urgencia era apremiante. Los instintos sexuales de aquel niño de 10 años ya estaban despertando y eso fue evidente desde el día en que la vio pasearse semi-desnuda en su patio, mientras él jugaba en el balcón de la casa de al lado.
Ella era mucho mayor que él. Esa mujer madura que le provocaba inquietud a su cuerpo poseía curvas bien formadas, un pelo largo negro azabache y un caminar agraciado que hacía destacar la sensualidad necesaria para que el niño se convirtiera en un adicto al ejercicio de rastrear sus pasos.
Cada tarde, luego de que regresaba de la escuela, el recién iniciado en las aventuras masculinas buscaba el balcón en busca de la musa que lo hacía estremecerse de una forma que aún no comprendía del todo. Probablemente, la mujer se percató de su acosador infantil, pero no le importó, pues nunca varió su rutina de salir en ropa interior al patio de su casa.
Los días pasaban y, como un farmacodependiente obsesionado, cada vez requería dosis más fuertes para calmar sus primitivas necesidades. Fue así como un día, encontró un escondite ideal que le permitiría espiar de cerca a la mujer mientras ella tomaba un baño.
Algunas horas de práctica previa fueron suficientes para perpetrar la fechoría. Finalmente, llegó el momento. La presa se dirigió al baño. El niño ya estaba en su posición. La ducha se abrió y el agua empezó a recorrer el cuerpo femenino desnudo, mientras la pupila del anterior ingenuo mocoso se dilataba a través del pequeño espacio desde donde realizaba el trabajo de observación.
Aquello fue una explosión de hormonas. El centinela sintió un fuerte espasmo en sus genitales y la adrenalina invadió su cuerpo de adolescente precoz, mientras que sus manos sujetaban el filo de la abertura por donde se encontraba la guarida secreta.
Pasaron algunos minutos para que la mujer, en un reflejo rutinario, volteara los ojos hacia el lugar donde los finos dedos sobresalían. Ella supo que tenía compañía, pero no dio señales de alarma. Sin embargo, el pequeño sabía que había sido descubierto y era hora de retirarse.
Lentamente, jaló sus dedos hacia la oscuridad de su escondite y se deslizó despacio en busca del anonimato aparente de su balcón para digerir todo lo que había sucedido y encontrar explicación a las emociones que le dejaron su iniciación en el nuevo mundo donde tuvo que abandonar una década de pantalones cortos.
Katmarce—