miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿POR QUÉ MI PLATO DE COMIDA TERMINA VACÍO?

Una de cada siete personas en el mundo se va a la cama hambrienta y más de 20.000 niños menores de 5 años mueren de hambre diariamente, según el Programa de las Naciones Unidas (PNUD) para el Ambiente.  Con esto en mente, una de estas mañanas, de camino a mi trabajo me topé con una de esas escenas que encojen el alma.

Un hombre de mediana edad estaba zambullido en las bolsas de basura de restaurantes, a la orilla de la calle, tal y como hacen los perros callejeros curiosos y hambrientos. Mientras yo esperaba a que el semáforo se pusiera en rojo, en medio del tránsito exacerbado, observé cómo esta persona abría las grandes bolsas negras y pensé: “seguramente busca latas de aluminio para recolectar y vender”… Ciertamente, sacó algunas latas y las puso a un lado, pero luego de un momento, sacó una bandeja que aún contenía rastros de comida, pasó el dedo sobre ella y se lo llevó a la boca.

Si acaso estuve ahí un minuto, pero esa imagen me acompañó todo el día y su mensaje contundente me recordó porqué siempre trato de terminar todo lo que se me sirve en mi plato de comida y porqué evito botar desperdicios de comida en la basura.

Desconozco la fortuna del pobre muchacho, esas son historias que se repiten aquí, allá y en todos lados; como producto de una población en aumento (para el 2050 se espera que lleguemos a ser 9 millones de habitantes, según el PNUD) y disparidades sociales cada vez más marcadas. Sin embargo, también es importante resaltar algunas iniciativas que buscan paliar, de alguna forma, la desdicha de algunos. En Costa Rica, por fortuna, contamos con un Banco de Alimentos que distribuye donaciones en especies entre la población que más lo necesita. También existen otros organismos no lucrativos, de carácter social, que intentan apoyar a estas personas sin hogar y sin futuro.

Hace algunos post atrás, ya había escrito sobre estas imágenes callejeras que invitan a la reflexión. Caras sin nombre que danzan al filo de un horizonte sin firmamento, ojos que ocultan historias de dolor, infortunio y desesperanza. Esa mañana, nuevamente, otra de esas imágenes que se clavan en el alma tocó mi ventana y se me antojó compartirles el momento para aprovechar, a quienes pasen por acá, a invitarlos a que transmitan a las nuevas generaciones estas realidades. Tal vez, en un futuro, juntos, encontremos una forma de ser más equitativos y considerados a la hora de llevar comida caliente a nuestra mesa.

Katmarce—