Una de cada
siete personas en el mundo se va a la cama hambrienta y más de 20.000 niños
menores de 5 años mueren de hambre diariamente, según el Programa de las Naciones Unidas (PNUD) para el
Ambiente. Con esto en mente, una de estas mañanas, de
camino a mi trabajo me topé con una de esas escenas que encojen el alma.
Un hombre
de mediana edad estaba zambullido en las bolsas de basura de restaurantes, a la
orilla de la calle, tal y como hacen los perros callejeros curiosos y
hambrientos. Mientras yo esperaba a que el semáforo se pusiera en rojo, en
medio del tránsito exacerbado, observé cómo esta persona abría las grandes
bolsas negras y pensé: “seguramente busca
latas de aluminio para recolectar y vender”… Ciertamente, sacó algunas
latas y las puso a un lado, pero luego de un momento, sacó una bandeja que aún
contenía rastros de comida, pasó el dedo sobre ella y se lo llevó a la boca.
Si acaso
estuve ahí un minuto, pero esa imagen me acompañó todo el día y su mensaje contundente
me recordó porqué siempre trato de terminar todo lo que se me sirve en mi
plato de comida y porqué evito botar desperdicios de comida en la basura.
Desconozco
la fortuna del pobre muchacho, esas son historias que se repiten aquí, allá y
en todos lados; como producto de una población en aumento (para el 2050
se espera que lleguemos a ser 9 millones de habitantes, según el PNUD) y
disparidades sociales cada vez más marcadas. Sin embargo, también es importante
resaltar algunas iniciativas que buscan paliar, de alguna forma, la desdicha de
algunos. En Costa Rica, por
fortuna, contamos con un Banco de Alimentos que distribuye donaciones en
especies entre la población que más lo necesita. También existen otros
organismos no lucrativos, de carácter social, que intentan apoyar a estas personas sin hogar y
sin futuro.
Hace
algunos post atrás, ya había escrito sobre estas imágenes callejeras que
invitan a la reflexión. Caras sin nombre que danzan al filo de un horizonte sin
firmamento, ojos
que ocultan historias de dolor, infortunio y desesperanza. Esa mañana,
nuevamente, otra de esas imágenes que se clavan en el alma tocó mi ventana y se
me antojó compartirles el momento para aprovechar, a quienes pasen por acá, a invitarlos a que transmitan a las nuevas generaciones estas realidades. Tal vez, en un
futuro, juntos, encontremos una forma de ser más equitativos y considerados a la hora
de llevar comida caliente a nuestra mesa.
Katmarce—