Con su
lonchera nueva de policías en una mano, un bolsito celeste lleno de cariño y
sorpresas en su hombro y con la otra mano agarrada a la de su mamá fue guiada a
un largo patio con muchas puertas, todas ellas colmadas de niñas y niños vestidos
de igual forma. El nerviosismo se incrementó, mientras su corazón palpitaba
como una locomotora. La mano de su mamá hizo el intento de liberarse pero ella
no quería soltarla.
La miró con
ojos llorosos y le dijo: “mami, no me
dejes sola”. La señora se acercó a
la pequeña y le susurró: “aquí me
quedaré, solo tienes que voltear a la ventana y verás que aquí te estaré
esperando”… Muy temerosa y con algunas lágrimas que se deslizaban
nutridamente sobre las mejillas, se dejó llevar al interior del recinto y se
sentó donde le indicaron.
De vez en
cuando echaba un vistazo a la ventana para verificar que su mamá cumpliera con su
palabra… Ahí estaba… Conforme pasaban los minutos, la niña tomó confianza y se
entretuvo entre lápices de color, juegos, cantos, meriendas y siestas.
La mañana avanzó
con paso rápido y cuando fue hora de buscar a su mamá, salió corriendo para corroborar
que, efectivamente, donde le había prometido, ahí la estaban esperando unos
brazos cálidos y una sonrisa amorosa que le daban la bienvenida a la agridulce travesía
hacia la independencia.
Katmarce—