domingo, 15 de abril de 2012

TARDES DEL AYER


Foto tomada de liliessparrowsandgrass.com
Había sido un día soleado de esos que hacen rechinar los caminos de polvo.  La casa de adobe ya se estaba empezando a refrescar.  En su patio posterior había una pila de cemento, grande, con tres bateas, la del medio alojaba una buena cantidad de agua y las dos de los lados se usaban para lavar ropa y platos indistintamente. Frente a esta pila, se extendía una frondosa planta conocida como “pavón”, de grandes hojas y flores rojas; prácticamente se había convertido en un arbusto alto y tupido, lleno de bifurcaciones y vertientes producto de sus robustas ramas.

Mientras el sol empezaba su retirada silenciosa, las gallinas se iban arrimando a este arbusto dominante, en busca del mejor lugar para su reposo.  Algunas tenían más plumaje que otras, lo que las hacía lucir gorditas y acolchadas como los capullos de algodón que cuelgan de sus botones recién abiertos.

El ritual se repetía una y otra vez, todos los días, a la misma hora.  Las emplumadas tomaban su posición, a falta de espacio en el gallinero, mientras su fuerte cacareo se iba acallando, tal y como lo hace una audiencia bulliciosa que se acomoda para disfrutar de un espectáculo en el teatro.

Poco tiempo después, justo cuando el sol  terminaba de despedirse, las gallinas se acurrucaban unas contra otras, consumían sus picos en sus ropajes y se dejaban llevar por sus sueños simples y ligeros que terminaban cuando apenas empezaba a aclarar el día siguiente.  La luz instalada sobre la pila del patio iluminaba de rebote estos extensos dormitorios improvisados adornados por plumas de tonos otoñales y patas con garras fuertemente aferradas a las ramas del arbusto.

Como si fuera hoy, esta estampa proveniente de aquellos días de infancia aún vive en mi memoria, con la calidez de un recuerdo que nunca morirá y la felicidad que se escondía en la simplicidad de una vida llena de deliciosos instantes de cotidianidad.

Katmarce—

domingo, 1 de abril de 2012

CARTONCITOS Y FICHAS IMPRESAS CON NUESTRA HISTORIA


El producto "escogido" era al que se le había
retirado el grano verde, a mano.
Foto facilitada por Carlos Chacón
www.carloschacon.net
Que un trozo de cartón o una simple ficha tengan un valor histórico por su travesía en el tiempo… Eso es lo que aprendí hace unos días, gracias a las coincidencias de la vida que me llevaron a la casa de Doña Elisa Carazo de Flores, una reconocida coleccionista de “boletas de café”.

Para los novatos en este tema, como yo, las dichosas boletas eran una especie de moneda privada usada por los finqueros, en Costa Rica, a partir de 1840, para pagar a los "cogedores" de café de aquel entonces.

Algunos documentos explican que esta práctica inició debido a la escasez de dinero en aquellos días, además, me imagino la dificultad para transportar “fuertes” cantidades de efectivo sin el servicio apropiado de transporte de valores…

Fue así como ésta se convirtió en una sencilla forma para pagarle diariamente a los trabajadores, según la medida de lo que recolectaban: por cajuelas, medias cajuelas, quintales, etc. Luego, al final de la semana, estas fichas y cartones eran cambiados por dinero o especies, dependiendo de la práctica de cada quien.

De regreso a mi encuentro con Doña Elisa, a ella la conocí en su casa de toda la vida, primeramente propiedad de sus padres, y la que aún se ubica en un barrio tradicional en pleno centro de San José.  Con la calidez que da el paso del tiempo, esta simpática señora de 84 años me abrió las gavetas de su asidua afición de más de 22 años (y contando).

Parecen simples fichas, pero en realidad son grandes
tesoros para coleccionistas.
Allí encontré cartoncitos algo desaliñados producto de múltiples intercambios, fichas de bronce, cobre, latón, aluminio, baquelita y plástico; todo esto a disposición de mis curiosos ojos.  La mayoría de los objetos tenían impresas insignias propias de los dueños de esas grandes extensiones de tierra, ahora única prueba de su procedencia.  Lo más interesante es que, en la mayoría de los casos, se trata de fincas sepultadas por la modernidad de las ciudades.

Mientras escudriñaba entre tantas “boletas”, mi imaginación aprovechaba para viajar a esos lugares que Doña Elisa describía y a aquellos días donde mis abuelos y los parientes de muchos “sudaron la gota gorda”, de sol a sol, para llevar la comida a sus hogares y, de esta manera, mover una pequeña economía que apenas empezaba a gatear, como lo hacen los niños que ya están pronto a dar su primer gran paso hacia la madurez de su existencia...

Katmarce--