viernes, 21 de diciembre de 2012

¡LLEGÓ EL FIN DEL MUNDO!



Llevo algunos años escuchando sobre este tema de la profecía Maya. Era de esperarse que conforme se acercara la temida fecha (21 de diciembre del 2012), la cosa se iba a poner más candente. Los medios nos han inundado de temores y, por dicha, investigaciones serias como la de National Geographic develaron información que descarta la clarividencia catastrófica de esta cultura que siempre ha estado envuelta en una nube de misterio.

Hoy se me antojó escribir sobre este tema, algo trillado (lo confieso), porque lo que sí estoy convencida es que estamos viviendo tiempos difíciles. Algunas de las teorías que rodean a la interpretación de un fin del mundo predicho por los Mayas, hablan de que se trata de un punto y aparte. El antes y el después de un periodo para la civilización.

Para ellos se relacionaba más con sus propias estructuras políticas, económicas y sociales. Pero yo estoy convencida que si ellos pudieron predecir algo, debieron haberse anticipado de alguna forma a todo lo que nuestro planeta está sosteniendo en sus manos: un cambio climático devastador producto del abuso hecho por el mismo hombre, una vida más agitada que, a su vez, genera más enfermedades, violencia, pérdida de la tolerancia y el respeto entre las especies que habitamos el planeta azul; en fin, una sociedad en detrimento, poco consciente de que está perdiendo el rumbo.

Claro que estamos viviendo un cambio drástico… Claro que todo esto detonará en algo importante… Lo que no sabemos es qué o cuándo encenderá esa chispa que acelerará ese momento. Puede ser un meteorito (como sucedió con los dinosaurios), puede ser el mismo hombre gobernado por ese lado oscuro cada vez más latente, puede ser la Madre Naturaleza que simplemente decida quitarse de encima tanto alboroto, o puede ser todo lo contrario, que la especie humana alcance una consciencia espiritual suficientemente importante que le permita limpiar los escombros de sus malas decisiones y acciones del pasado.

En lo personal, me causa un poco de tristeza el sentir que hemos llegado tan lejos con los avances tecnológicos y la ciencia, pero esto a su vez ha generado un profundo desgaste en la parte humana. Entre tanta cosa que he escuchado, se dice que la Atlántida (si alguna vez existió), desapareció justo en el momento de su mayor cúspide en el conocimiento. Pueden que sean solamente leyendas, pero esto me suena particularmente semejante a lo que sucede en nuestros días.

Hoy, muchos están a la espera de alguna catástrofe mundial. Por ejemplo, por ahí anda un astrólogo tico que debe estar en alguna montaña secreta de nuestro país con un grupo de gente que también creyó sobre un mensaje divino que le indicaba que ese sería el mejor lugar para sobrevivir y repoblar el planeta (historia verídica publicada en la Revista Dominical)…

Ante estos mensajes tan alarmantes, lo mejor es reservarse un poco de ignorancia sobre el futuro; así nos enfocamos mejor sobre cómo aprovechar el presente de la mejor forma, sonreír lo suficiente, querer otro tanto, disfrutar las bellezas de la vida, lugares y personas … En fin… Mi fin del mundo llegará cuando me tenga que alcanzar y yo espero, para ese entonces, haber acumulado muchas experiencias lindas que me faciliten pasar el tiempo sin tiempo en el más allá.

… Mientras tanto, mañana será otro día…

Katmarce—

jueves, 15 de noviembre de 2012

EL ASALTO DE UNA AÑORANZA

Cerré los ojos y allí estaban.  Ella, entre la calidez de la cocina de leña preparando la sopa de verduras diaria. Él, sentado en la mesa, esperando la acostumbrada cena cocinada poco tiempo después de que cayera el sol.

La mesa era pequeña, de seis espacios ocupados por sencillas sillas de madera. El toque personal lo daba un jarrón de vidrio, colocado en el centro de la mesa, con alguna que otra flor acompañada por las hojas de algún helecho silvestre.

Hacía un poco de frío, como el que deja la fresca ráfaga constante de los primeros días de diciembre, tal vez porque las paredes eran de adobe y el techo de teja era alto. Cada aposento tenía una gran ventana protegida por paños de madera cerrados por pequeños picaportes. El piso… De tierra, por supuesto, sin que esto le quitara méritos a la limpieza que reinaba en toda la casa.

De vez en cuando, ella hacía algún comentario en voz alta, para sí misma, mientras removía las ollas y dejaba bailar el inconfundible olor de la comida recién hecha por toda la casa.  Él, callado y taciturno, le ponía atención a la radio desde donde escuchaba las noticias del día y el sorteo de los chances.

En instantes, ella le llevaba el plato de lata a la mesa. No podía faltar el chayote, la papa, los guineos y el elote. Probablemente había un pedazo de carne y otra verdura por ahí. Seguidamente, el vaso de leche para remojar el paladar y darle ese gusto típico y único.

Al fin, él cogió la cuchara con su mano izquierda y empezó a devorar el plato, con gran satisfacción, en el silencio de sus pensamientos revueltos con preocupaciones quizás, o tal vez disfrutando de un poco de paz mental. Sin duda, era hombre de pocas palabras. El sombrero de manta le protegía su cabello blanco rapado, de las largas horas de trabajo en el cafetal. Sus facciones cansadas y el lento andar evidenciaban las muchas cajuelas que había tenido que recolectar todos esos años para sobrellevar las múltiples obligaciones.

Ella trajo su plato y se sentó en la otra esquina. Silenciosa, también, pero disfrutando de su fresca y caliente cena. Su pelo blanco, largo hasta los hombros, lo acostumbraba peinar cuidadosamente hacia atrás con unas pequeñas prensas a los lados. Su cara afable y, generalmente sonriente, no dejaba pasar la oportunidad para ofrecerle “un gallito” a quien se diera una vuelta a esas horas por su casa.

Así los encontré mientras mis ojos estuvieron cerrados por centésimas de segundo, justo como una de esas preciadas postales amarillentas, con los bordes desgastados por el tiempo y por el repetido contacto de los dedos de quien añora. El asalto del pasado fue efímero; sin embargo, la calidez del recuerdo fue tan real y cercana como el momento en que nos abrazamos y nos dijimos adiós la última vez.

Katmarce—

jueves, 1 de noviembre de 2012

¡QUÉ NO SE DISIPE LA CABALLEROSIDAD!


Voy de camino a casa, luego de un largo día de trabajo. Es de noche y aún en las afueras está húmedo y frío. Viajo en bus y me toca bajarme en la siguiente parada. Delante de mí, un hombre de una edad similar a la mía también espera que el camión se detenga.

Llegamos a la parada y el sujeto en cuestión baja de primero. Yo le sigo y para mi sorpresa me extiende la mano; sin embargo, antes de que yo pueda responder a tan sorpresivo acto de caballerosidad, se retracta y me pide disculpas. Obviamente, él esperaba ver a otra persona y yo…, algo contrariada, solo me nace decirle: “¡gracias de todos modos!”…

De camino a casa, voy pensando en este incidente y me pregunto: “¿por qué el chavalo me quitó la mano y no concluyó lo que se quedó en tan solo una intención?”... De igual forma, me sentí un poco triste al extrañar esas nobles y delicadas costumbres que se han ido perdiendo entre  la modernidad y las nuevas formas de pensar.

Algunos culpan a las mismas mujeres, dicen que nosotras hemos alejado ese tipo de iniciativas tras proclamas de ultra-feminismo e independencia. Otras, como yo, se sienten inseguras en una sociedad de bribones y caza-fortunas que andan buscando cualquier excusa para arremeter su golpe maestro. Y también está el bando masculino que prefiere abstenerse de este tipo de acciones para no exponerse ante un rechazo o un desplante mayor.

Lo cierto es que se nos presenta un interesante dilema: ¿Aceptar o no aceptar la mano de un extraño que nos ofrece ayuda para bajar del bus?....

Por lo pronto, desde mi Submarino alzo la voz para que la caballerosidad no se disipe. Aún no conozco una mujer que no se sienta halagada por las muestras de educación, cortesía y galanteo de un caballero. Tal vez las nuevas generaciones piensen de otra forma, pero las que rondan la misma cantidad de primaveras que yo, somos muy felices de encontrar “Quijotes” dispuestos a bajar de sus “Rocinantes” para saludar con una reverencia y lanzar su capa ante nuestros pies con el fin de ayudarnos a atravesar el camino enlodado.

… Suena un cursi, está bien… Pero esto traducido a nuestra época se transforma en un momento romántico, gentil y muy apreciado por quienes nos gustan que nos hagan sentir como “princesas”.

¿Qué opinan ustedes?...

Katmarce—

lunes, 15 de octubre de 2012

RELATO DE UNA NUEVA VIDA

Foto facilitada por Carlos Chacón
http://www.conlaluzdisponible.blogspot.com/
Mi nacimiento fue un poco traumático. Antes de ese instante, vivía en un mundo de inconsciencia. No habían días, ni noches, ni estrellas, ni flores…, solo momentos de matices grisáceos, en donde la luz apenas perceptible se desvanecía en los microsegundos de la creación misma del cuerpo.

El hogar temporal que me daba cobijo si acaso me permitía el desarrollo de la nueva morfología, una muy diferente a la que tuve en días anteriores, en una vida de vagos recuerdos. Pero el llamado de la naturaleza es más fuerte que cualquier viento huracanado y pronto empecé a salir del capullo delgado que me mantenía alejada de las bellezas del jardín.

La salida fue lenta y paciente como el andar de los rayos del sol entre las hojas. Todas las mariposas nos tomamos nuestro tiempo para acostumbrarnos a la nueva temperatura, al aire, a conocer al detalle las bondades de todas nuestras partes. No es fácil pasar de una vida monótona de arrastre, a la libertad que nos confieren nuestras alas.

Al fin, en algún momento sin hora encontré la fuerza necesaria para estirar esos grandes pliegos que cuelgan a mis costados y volé... Dicen que son brazos de colores, pero en realidad no sé reconocerlos.

Hoy, ha pasado mucho tiempo desde ese primer viaje. He probado los néctares de muchas flores, incluso de frutos maduros, he volado largas distancias y he conocido más como yo, pequeñas criaturas con muchas aventuras que compartir…

No sé cuánto me queda de vida. No me interesa. Lo único que tengo claro es que aún cuento con la fuerza suficiente para muchos más revoloteos, para atracar en el polen de las flores del jardín y descansar entre el fresco de las hojas verdes de superficie irresistible.

Katmarce—

sábado, 1 de septiembre de 2012

CON EL APAGÓN, ¡QUÉ COSAS SUCEDEN!…

Así lucía el celular durante el "apagón"

Pasaba la hora de almuerzo.  Yo estaba sentada en mi puesto de trabajo, celular a mi derecha, computadora al frente. Escribía un correo, mientras escuchaba música en una emisora por Internet. De pronto, la música se detuvo. No hice mucho caso, pues es normal que a veces la conexión inalámbrica se interrumpa. Pasaban varios minutos y el silencio continuaba... Refresqué el navegador y: "¡No hay conexión del todo!".

Busqué mi celular y me di cuenta que tampoco tenía señal de Internet, al mismo tiempo que la señal telefónica indicaba este pequeño mensaje: “sin servicio”... Me dije para mis adentros: “¡calma, calma!… Pronto se solucionará…

Pasaron los minutos y las horas y la situación se prolongaba. El caos se empezó a adueñar de la oficina en el momento en que mis compañeras comenzaban a actuar como un avispero alborotado, cuando se percataron de que hacía falta el compañero imprescindible en nuestro día a día.

Y es que este “impasse” nos permitió conversar un rato y ver más allá del embrujo cautivante de la tecnología. Interesante fue escuchar la teoría de una de las intelectuales de mi oficina, quien me insistía en que nuestra misma necesidad de mantener la privacidad nos está haciendo regresar a una etapa de desconexión.  Según su punto de vista, la misma conectividad y la facilidad que nos brinda Internet para conversar con nuestros amigos y familiares en cualquier momento nos está arrastrando hacia el ahogamiento.  “Con un dedo nos sentimos cerca y con el mismo nos desconectamos”, aseguraba.

Esta frase tiene un gran sentido; lamentablemente, no creo que eso suceda.  Hace un tiempo atrás iniciamos un proceso irreversible que cada vez nos está haciendo más dependientes de la tecnología. Incluso, algunos estudios han demostrado que esta necesidad de conexión le genera a las nuevas generaciones ansiedades y enfermedades creadas por la falta de esta cuasi-droga.

El “apagón” experimentado en días pasados es un ejemplo de cómo puede afectarnos tanto a nivel personal, como laboral. A pesar de que necesitaba llamar a mis papás y no pude hacerlo en ese momento, esa interrupción del servicio también me dio un espacio para disfrutar de una entretenida conversación con mis compañeras, aprovechar el silencio de un viaje en bus, apreciar la lluvia a través de la ventana y conciliar el sueño sin escribir un último “tweet”.

Katmarce—

miércoles, 15 de agosto de 2012

LAS PRIMERAS FRACTURAS DE LA INOCENCIA

Imagen tomada de mariquijoteantevasin.blogspot.com 

Recuerdo el momento en que la primera fractura de mi inocencia apareció. Ese fue el día en que la felicidad y despreocupación de los primeros años sufrieron su primer cuarto menguante al ser consciente de que algún día las personas que tanto quería iban a abandonarme.

Mami, ¿verdad que vos no te vas a morir?”, le pregunté a mi mamá, con la esperanza de que su respuesta le trajera paz a mi inquieta alma en desarrollo.  Lastimosamente, ella no pudo mentirme. Haciendo un gran esfuerzo por explicarme un tema tan delicado, me dijo que todas las personas algún día teníamos que morir porque esa era la ley de la vida…

… La abracé fuerte y lloré tan intenso como la lluvia tupida de mayo. Esa primera fractura de mi inocencia me dolió en lo más profundo de mi ser y de mi corazón… Entre sollozos mi mamá me decía que no me preocupara porque era probable que eso sucediera mucho tiempo después. Gracias a Dios la promesa de aquel entonces aún sigue en pie.

Pero la vida no solo se complace con ser implacable una vez, sino que años después otra de esas “verdades” iba a traerme más desilusiones. Recuerdo que esto sucedió mientras jugaba con algunos amigos de mi barrio. No estoy segura cuál fue la motivación de uno de ellos para contar los detalles de la gran “mentira” a la que nos habían sometido nuestros padres al decirnos que el “Niño” no era quien nos traía los regalos cada Navidad.

Yo defendí fervientemente mi tesis ante ellos –como es usual en mí cuando creo tener la razón sobre algún tema- y luego me dirigí donde mis papás para asegurarme de que mi posición fuera la correcta; sin embargo, para mi sorpresa, mi amigo estaba en lo cierto...

… Creo que ese día no lloré tanto como antes, pero la fractura sí me causó una herida aguda. Para tratar de apaciguar mi desánimo, mis padres me explicaron que mi creencia no era tan incorrecta, pues el “Niño” era quien les ayudaba a obtener el dinero para comprar los obsequios…

La crueldad de los niños a veces sorprende. A decir verdad, las navidades no volvieron a ser iguales desde entonces, pues esa “mentira” le agregaba magia particular a mis días decembrinos. El ritual de escribir una carta, esconderla en algún rincón, dejarle galletas y leche a ese ser invisible para luego, en la mañana de Navidad, verificar que mis ofrendas habían sido bien recibidas; todo ese proceso, lo atesoro con gran emoción, aún en estos días de adultez y conciencia.

Esas revelaciones fueron el principio del fin y el inicio de otra etapa. Una donde no hay escapatoria para la realidad, a pesar del dolor que contiene sus diversos envases, lo importante acá es construir un caparazón resistente a los golpes, saber caer y volverse a levantar y aprender a tomar lo mejor que cada día nos ofrece este camino empedrado que se esconde entre verdes praderas, matizado con flores amarillas y ríos caudalosos.

Katmarce—

miércoles, 1 de agosto de 2012

LOS BOTONES DE MI NIÑEZ

Foto tomada en el Museo Nacional -Katmarce
Aquellos botoncitos de colores sí que alegraban mis tardes. Recuerdo cuando aún era hija única, chineada y muy curiosa; eran tiempos en que mi hermana no había nacido y yo buscaba la diversión en cualquier pequeño detalle. Seguramente fue así como llegué al mueble de costura de mi abuelita.

Ella vivía en una casa de adobe, como era la costumbre en aquellos días de grandes extensiones de cafetales divididos por calles de tierra y polvo. La casa era grande –al menos así la recuerdo- y tenía unas amplias ventanas resguardadas únicamente por dos compuertas de madera, porque en aquel entonces no hacían falta ni vidrios y menos verjas.

Justo debajo de una de esas ventanas, a un lado de un amplio comedor de piso de tierra bien cuidado, estaba la famosa máquina de coser negra de mi abuela, empotrada en un mueble de madera, como si fuera una corona de oro delicadamente acomodada sobre el almohadón rojo del trono.

Me parece recordar el mueble como si lo tuviera en frente, el sobre barnizado, los pedales de hierro negro que mágicamente movían la aguja al ritmo del impulso de los pies y, a los lados, dos torres de pequeñas gavetas que escondían una gran cantidad de tesoros.

Foto de Katmarce
Mi abuelita era una respetada costurera en aquel tiempo y encontró en esta labor una adecuada forma para salir adelante con su vida de viuda a muy temprana edad. Era por eso que en su casa nunca podían faltar los hilos, los encajes, los retazos de tela y, por supuesto, los botones de múltiples tamaños, formas y colores, agrupados en roídas bolsitas de plástico.

Algunas tardes, ella me permitía hurgar entre esta variedad de pequeños objetos y yo me divertía acomodando las piezas de mil y una formas. Cuando me aburría, acercaba una silla a la ventana para asomarme por su amplia abertura e imaginarme que era la dependiente de una populosa pulpería, en donde comercializaba mercancía ficticia con clientes invisibles, a cambio de los botones que hacían las veces de dinero.

… ¡Cuánta nostalgia me genera rememorar estos inocentes juegos de mi niñez!... Son momentos que ahora solamente se preservan en mi mente, como frutas en almíbar, acompañados por el recuerdo de la cálida casa de adobe, la máquina de coser y mi querida abuelita, quien debe estar alegremente hilvanando y cosiendo hermosos vestidos en una dimensión donde las fechas de entrega ya no tienen la menor importancia.

Katmarce—

domingo, 15 de julio de 2012

DESDE LA DIMENSIÓN DE UNA CONSCIENCIA VERDE


Foto facilitada por Carlos Chacón
conlaluzdisponible.blogspot.com
A veces me siento como en otra dimensión. Desde que era apenas un retoño, he visto pasar muchos soles y lunas y con cierta nostalgia me percato que mi ecosistema ha cambiado.

No tengo noción del conteo usual que algunos hacen del tiempo, pero aún así me divierto cada nueva jornada. Recuerdo cuando solo podía disfrutar la compañía de pequeñas plantas e insectos, muy cerca del suelo húmedo. Hoy, estoy un poco más solitario, pues mi estatura elevada roza los límites del cielo y son pocos los que pueden llegar hasta acá, pero aún así soy feliz.

La neblina muchas veces es mi abrigo y el viento incansablemente alborota mi verde cabellera larga, como si fueran las manos cariñosas de un enamorado afectuoso. Esas mismas ráfagas fogosas son las que han moldeado mi columna vertebral para doblegarla hasta hacerla más aerodinámica y facilitar su rutinario paso. A pesar de esta soledad tan fresca, nunca falta la compañía fugaz de algunos visitantes que disfrutan posarse en mis ramas o me acarician desde la corpulencia de mis raíces.

Mi ecosistema ha sufrido cambios. Desde esta altura ahora veo pasar, a cierta distancia de mi hogar, animales de mediana estatura, con caparazones de metal brillante. Sus formas cuadradas están sostenidas por patas redondas y he deducido que esto les facilita merodear a gran velocidad por un camino abierto y continuo. Debido a la transparencia del estómago de algunos, he advertido figuras en movimiento ahí adentro y yo me pregunto: “¿será que esos animales devoran vivas a sus presas?”…

Lamentablemente, durante el transcurso de mi existencia, algunos como yo han sido cruelmente asesinados. Los he visto suplicar clemencia y he llorado con ellos su partida. Ahora somos pocos los que seguimos en pie. Lo único que espero es que en este espacio desde donde a veces divaga mi consciencia, se me permita envejecer al ritmo natural de mi corpulento tronco y seguir disfrutando de los días soleados de verdes parajes, las madrugadas frías de rocío y escarcha y las tardes misteriosas de helada neblina.

… A veces me siento en otra dimensión porque realmente he sido testigo presencial de la transición amenazadora del tiempo y el espacio en manos de aquel que fue llamado a cuidar este planeta.

Katmarce—

domingo, 1 de julio de 2012

UN DULCE RECREO

Todo empieza cuando la pequeña niña traviesa de largas trenzas abre lentamente el papel metálico de aquello que guardaba para el momento "idóneo". Delicadamente, desdobla el envoltorio dorado, finamente acomodado en una fábrica de quién sabe qué lugar del mundo, eso no era importante. En este momento, ella solo presta atención a los tímidos sonidos que se desprenden del empaque del objeto de su deseo, tonos alegres y discretos como si fueran pequeñas sonrisas que se estremecen ante las cosquillas de unas manos inquietas.

Es una pieza algo chica la que tiene entre sus dedos, de una forma semi redonda y de una textura poco uniforme. Sus pupilas se dilatan, mientras el interior se descubre ante sus ojos. Para ese momento, la saliva se hace presente en su boca y esto la hace mover un poco sus mejillas, con el fin de eliminar el exceso de humedad que acude al llamado natural.

Los dedos frágiles de la pequeña al fin profanan el contenido y el chocolate reluce con todo su esplendor. Su capa exterior se derrite al contacto con la piel, pero a la chiquilla le complace embarrarse los dedos con el material denso y pegajoso de olor fuerte e hipnótico, característico del chocolate fino, que anticipa el deleite que éste provoca a quienes sucumben ante la tentación.

Sin esperar más tiempo, el papel termina en el piso, mientras los delgados dedos se llevan la mitad del dulce a la boca y empieza el proceso de lenta degustación. Con la delicadeza de su lengua juguetea con el chocolate derretido que baila entre el cielo de la boca y las papilas gustativas, mientras su curiosa mirada admira la otra mitad que aún se mantiene entre sus dedos. El detalle del mundo de ingredientes que componen los sabores ocultos en el corazón de este tesoro es admirable.

Pocos segundos después y resto del chocolate sufre la misma suerte, desapareciendo pausada pero inevitablemente...

El mismo tiempo que se tarda en disfrutar un suspiro profundo, así duró este momento personal, tan solo unos pocos segundos, si acaso un minutillo, pero el goce y el placer experimentado por la devoradora clandestina fueron suficientes para dibujarle una gran sonrisa en su rostro y restablecer el ánimo y la energía disminuida para regresar con nuevos bríos al campo de juego.

Katmarce—

viernes, 15 de junio de 2012

¿ENVIDIA VERGONZOSA?


Imagen tomada de cabrosdebarrio.blogspot
6.30 p.m.  Recién había llovido. La calle estaba aún mojada y el autobús estaba bordeado por gotitas rezagadas en su viaje final.  Algunas ventanas del automotor se mantenían abiertas, por lo que el bochorno adentro no era tan intenso.

Como es usual en estas situaciones, al entrar, el olfato recibió el choque a humedad mezclado con el sudor de algunos y las congojas de otros.  Pagué el pasaje y me percaté que aún quedaban asientos.

-“¡Aleluya!”, dije para mis adentros; mientras me sentaba en el primer espacio disponible, tratando de respetar los reservados para adultos mayores.

Cómodamente ubicada, mirada al frente y revisando de vez en cuando mi celular, me percaté que el asiento de atrás estaba ocupado por un hombre joven, con audífonos, pelo rasurado y con una bolsa entre sus regazos, la cual empezaba a ser víctima de su acecho afanoso, justo como un mapache en plena exploración diligente entre basureros y restos de comida.

Solo tardé unos micro-segundos para constatar que lo que tenía entre sus manos era pollo, o chicharrón, o algún aperitivo similar, con apariencia aceitosa y textura algo “tiesa”, pues el sujeto tuvo que utilizar con fuerza sus dientes para cortar una pieza de lo que fuera que estuviera devorando y hacerlo llegar de esta forma a su boca.

A pesar de que el típico olor a pollo “embombillado” no me llegó, supe que el muchacho estaba atacando de forma anticipada su cena, en plena luz del bus… Una escena típica para quienes utilizamos el transporte colectivo, especialmente a una hora posterior al horario de oficina.

Como yo estaba al frente de él, mi mayor preocupación era que el caballero tuviera la destreza necesaria para no permitir que ningún bocado volara más allá de sus mandíbulas, especialmente entre mi cabello.

Él seguía concentrado en el “picoteo” de su comida, aunque se notaba que no tenía la intención de terminar su merienda ahí mismo.  Probablemente el hambre y el antojo eran incontenibles y lo motivaron a adelantar un poco del manjar que le esperaría en su casa... No sé, mis especulaciones vacilaban mientras ojeé hacia atrás y vi otro campo vacío.  Sin titubear, me trasladé hacia allá y traté de dirigir mi atención a otros asuntos.

No obstante, el muchacho seguía captando mi foco de interés… Un par de “mordiditas” más a su festín y… Listo… Los chupetazos a sus dedos anticipaban que la “goloseada” había terminado…

Desde mi asiento, no pude más que sonreír… Ciertamente, es un poco desagradable y algo molesto ser testigo de estas escenas en el autobús, en un espacio algo reducido, con poca ventilación y a una hora donde el hambre ataca las tripas de cualquier “cristiano”… Pero me queda la duda de si ese disgusto más bien no sea una especie de envidia “vergonzosa”, al desear ser dueño de la naturalidad necesaria para echarle una probadita a algún tentempié, en el momento justo que se necesita, sin importar el qué dirán.

Katmarce—

viernes, 1 de junio de 2012

TERROR DE CAMINO HACIA LA "PULPE"


Uno de estos días, mientras caminaba por una vieja acera del barrio donde crecí, me asaltó un recuerdo que me acompañó en mi silencioso paso durante los metros que faltaban para llegar a mi destino.

Esa acera si acaso suma 50 metros de distancia, pero unos cuantos años atrás, cuando yo ni siquiera había iniciado mi etapa escolar, ese trayecto representaba una “buena caminada” para llegar hasta la pulpería que estaba ubicada en una casa esquinera.

Recuerdo que una tarde cualquiera mi mamá me pidió que le fuera a comprar algunas cosillas a la “pulpe” y a mí se me antojó aprovechar para hacerme de alguna chuchería, de esas que ahora parecen ser un pecado mortal para los más pequeños. Crucé la calle y empecé a caminar por la acera que ahora está algo carcomida por las inclemencias del tiempo y por la falta de cuidado de los vecinos.

En aquel entonces, los dueños del pequeño comercio del pueblo tenían un perro negro, cuyo pecho estaba adornado por una gran franja blanca que le llegaba hasta la parte inferior de su cuerpo; si me preguntan ahora, diría que se trataba de un gran danés. Era grande y llamativo, con patas estilizadas y un correr elegante.  Su cara no me parecía tan afable, pues en aquel entonces yo no estaba tan familiarizada con el comportamiento canino, más bien le tenía algo de miedo y mucho respeto.

El animal acostumbraba a estar suelto en los alrededores y esta acera era parte de su reinado.Recuerdo que al cruzar la calle, me topé de frente con él, nos miramos mutuamente y algo no le gustó de mí, probablemente el miedo transpiraba por mis poros, motivo por el cual decidió corretearme a todo galope. Yo, por supuesto,me espanté, aceleré lo más que mis pequeñas piernas me lo permitieron y fue justo lo suficiente para llegar a una verja cercana a la casa de los dueños, donde tuve la intrepidez de subirme y pegar “alaridos” mientras el perro meladraba y trataba de morderme. Al instante, los responsables de la mascota salieron en mi auxilio y se llevaron al grandulón.

Creo que a estas alturas de mi relato, ya deben imaginarse que yo terminé tan temblorosa como una gelatina recién sacada del refrigerador y tan aterrada al punto de que no pude completar el encargo de mi mamá porque el llanto se hizo presente y lo único de lo que fui capaz fue de huir hacia mi casa.

Ahora me resulta divertido recordar ese día y lo mucho que ha cambiado todo:  la acera, la calle, las casas, mi actitud hacia los perros… En fin, algunos años de distancia hacen una gran diferencia.

Sin embargo, la visita de este recuerdo me causa nostalgia y algo de ternura al visualizar a aquella niña atemorizada y al revivir la marca que dejó el incidente en mí, a tal extremo que aún, en estos días, al recorrer esa acera, me estremezco un poco y espero que en alguna esquina aparezca aquel perro negro agraciado que, por algún motivo, esa tarde, no se sintió muy feliz de toparse con esa chiquilla de colochos que iba de camino hacia la “pulpe”.

Como Víctor Flury lo escribe en una de sus notas de opinión de La Nación, haciendo alusión a Marcel Proust y a su obra “A la búsqueda del tiempo perdido”: eltiempo, ya no es irreversible, “sino capaz de la gracia de haber sido y continuar siendo”.

Katmarce—

martes, 15 de mayo de 2012

LA MANCHA DE NEGRO DILUIDO ALREDEDOR DEL OJO


Imagen tomada de esconsindromedesjogre.com/blog/

La mancha alrededor del ojo era de un color negro diluido y aún chorreaba de forma extendida sobre la mejilla.  El tinte que usaba para darle vida y contorno a su mirada vivaz en los días de sol, había sufrido los estragos de una lluvia gris.  Las pestañas aún humedecidas fueron testigos del mar de angustias y tristezas que pasaron en tan solo unos minutos de desahogo.

Dentro de ese ojo brilloso, de color caramelo y pupila dilatada, se escondía un alma temblorosa e inquieta que se auto-exiliaba con la misma rapidez que lo hace una tortuga en su caparazón, ante la amenaza de un atacante.

Fueron tan solo unos minutos de llanto.  La válvula abierta de dudas y tribulaciones sin respuesta.  Era el cansancio de momentos de agitación constante, el escape de un malestar sin dolor físico… Era esa alma afligida y fatigada que trataba de buscar acomodo, que estiraba sus extremidades adoloridas por el viaje para sentir alivio momentáneo.

Tal y como reacciona una gaseosa sacudida dentro de su envase, así sucedió esa tarde teñida de matices grisáceos. No hubo aviso y muchas justificaciones. Fue la explosión de un corazón estremecido, semi-protegido dentro de una coraza de piel y huesos, el que provocó aquella mancha sombría de color negro diluido alrededor del ojo.

Katmarce—

martes, 1 de mayo de 2012

LA TITULARIDAD DE LAS RELACIONES


¿Por qué siempre surge la necesidad de etiquetar a las personas con las que compartimos regularmente?... En una conversación entre amigos nació esta inquietud, luego de repasar una larga lista de denominaciones existentes en el mercado: conocidos (as), compas, amigos (as), amigos (as) con "derecho", mejores amigos (os), parejas, novios (as), tinieblos, esposos (as), amantes, los del rato, etc…

En fin, la variedad de términos surge según las generaciones y culturas, pero lo que siempre parece trascender es esa necesidad de encasillar a la persona con la que sales, o con la que te ven repetidamente.

“¿Ustedes qué son?”, por lo general pregunta la gente. Y muchos podrían responder: “¡no seas tan vino (a)!, ¡a vos qué te importa!”; pero la verdad es que tarde o temprano una también cae en la trampa y con cierta pena morbosa termina preguntándole a algún amigo o amiga lo mismo.

Uno de los que debatía el tema conmigo en el “chino satánico”, al calor de unos camarones con huevo, decía que eran las mujeres las que tenían la necesidad de agregarle títulos a sus relaciones. Yo discrepé enérgicamente al principio, pero luego de un rato de reflexión me quedó la duda: “¿será cierto?”…

Los argumentos dieron para extender una bonita conversación de viernes por la noche, justo lo que necesitaba para bajar la guardia de una cansada semana de mucho trabajo, y también me hizo pensar en otra posibilidad al respecto de la titularidad: “¿será que cuando le agregamos títulos a nuestras relaciones empiezan los problemas y roces, pues esto hace que se asuman ciertas ‘obligaciones’ y ‘responsabilidades’ que a la larga sucumben con la parte bonita de estar con alguien?”…

… No sé, lo extraño es que muchas veces encontramos parejas que viven juntas y mantienen una relación estable y, hasta cierto punto, envidiable por muchos años, pero tardan en firmar su “matrimonio” para que las tensiones visiten sus hogares, socaven la magia que los unía antes del “papel” y, finalmente, terminen separándose.

Me gustó el tema para debatir. Creo que es algo que muchos llevamos interiorizado y cada quien categoriza, de forma silenciosa, a las personas que están a su alrededor, aunque no siempre se comparten esas escalas de forma pública.

Katmarce—


PD: Mis amigas de Quino me ayudan a ilustrar esta entrada.


domingo, 15 de abril de 2012

TARDES DEL AYER


Foto tomada de liliessparrowsandgrass.com
Había sido un día soleado de esos que hacen rechinar los caminos de polvo.  La casa de adobe ya se estaba empezando a refrescar.  En su patio posterior había una pila de cemento, grande, con tres bateas, la del medio alojaba una buena cantidad de agua y las dos de los lados se usaban para lavar ropa y platos indistintamente. Frente a esta pila, se extendía una frondosa planta conocida como “pavón”, de grandes hojas y flores rojas; prácticamente se había convertido en un arbusto alto y tupido, lleno de bifurcaciones y vertientes producto de sus robustas ramas.

Mientras el sol empezaba su retirada silenciosa, las gallinas se iban arrimando a este arbusto dominante, en busca del mejor lugar para su reposo.  Algunas tenían más plumaje que otras, lo que las hacía lucir gorditas y acolchadas como los capullos de algodón que cuelgan de sus botones recién abiertos.

El ritual se repetía una y otra vez, todos los días, a la misma hora.  Las emplumadas tomaban su posición, a falta de espacio en el gallinero, mientras su fuerte cacareo se iba acallando, tal y como lo hace una audiencia bulliciosa que se acomoda para disfrutar de un espectáculo en el teatro.

Poco tiempo después, justo cuando el sol  terminaba de despedirse, las gallinas se acurrucaban unas contra otras, consumían sus picos en sus ropajes y se dejaban llevar por sus sueños simples y ligeros que terminaban cuando apenas empezaba a aclarar el día siguiente.  La luz instalada sobre la pila del patio iluminaba de rebote estos extensos dormitorios improvisados adornados por plumas de tonos otoñales y patas con garras fuertemente aferradas a las ramas del arbusto.

Como si fuera hoy, esta estampa proveniente de aquellos días de infancia aún vive en mi memoria, con la calidez de un recuerdo que nunca morirá y la felicidad que se escondía en la simplicidad de una vida llena de deliciosos instantes de cotidianidad.

Katmarce—

domingo, 1 de abril de 2012

CARTONCITOS Y FICHAS IMPRESAS CON NUESTRA HISTORIA


El producto "escogido" era al que se le había
retirado el grano verde, a mano.
Foto facilitada por Carlos Chacón
www.carloschacon.net
Que un trozo de cartón o una simple ficha tengan un valor histórico por su travesía en el tiempo… Eso es lo que aprendí hace unos días, gracias a las coincidencias de la vida que me llevaron a la casa de Doña Elisa Carazo de Flores, una reconocida coleccionista de “boletas de café”.

Para los novatos en este tema, como yo, las dichosas boletas eran una especie de moneda privada usada por los finqueros, en Costa Rica, a partir de 1840, para pagar a los "cogedores" de café de aquel entonces.

Algunos documentos explican que esta práctica inició debido a la escasez de dinero en aquellos días, además, me imagino la dificultad para transportar “fuertes” cantidades de efectivo sin el servicio apropiado de transporte de valores…

Fue así como ésta se convirtió en una sencilla forma para pagarle diariamente a los trabajadores, según la medida de lo que recolectaban: por cajuelas, medias cajuelas, quintales, etc. Luego, al final de la semana, estas fichas y cartones eran cambiados por dinero o especies, dependiendo de la práctica de cada quien.

De regreso a mi encuentro con Doña Elisa, a ella la conocí en su casa de toda la vida, primeramente propiedad de sus padres, y la que aún se ubica en un barrio tradicional en pleno centro de San José.  Con la calidez que da el paso del tiempo, esta simpática señora de 84 años me abrió las gavetas de su asidua afición de más de 22 años (y contando).

Parecen simples fichas, pero en realidad son grandes
tesoros para coleccionistas.
Allí encontré cartoncitos algo desaliñados producto de múltiples intercambios, fichas de bronce, cobre, latón, aluminio, baquelita y plástico; todo esto a disposición de mis curiosos ojos.  La mayoría de los objetos tenían impresas insignias propias de los dueños de esas grandes extensiones de tierra, ahora única prueba de su procedencia.  Lo más interesante es que, en la mayoría de los casos, se trata de fincas sepultadas por la modernidad de las ciudades.

Mientras escudriñaba entre tantas “boletas”, mi imaginación aprovechaba para viajar a esos lugares que Doña Elisa describía y a aquellos días donde mis abuelos y los parientes de muchos “sudaron la gota gorda”, de sol a sol, para llevar la comida a sus hogares y, de esta manera, mover una pequeña economía que apenas empezaba a gatear, como lo hacen los niños que ya están pronto a dar su primer gran paso hacia la madurez de su existencia...

Katmarce--

jueves, 15 de marzo de 2012

MARYLIN MONROE: UN CORAZÓN INSATISFECHO


Hace unos días tuve el placer de disfrutar “My week with Marilyn”, una de las películas mencionadas en la reciente premiación de los Oscar por la actuación de Michelle Williams, quien estuvo nominada como mejor actriz y a quien conocí como la chica problemática en Dawson’s Creek (supongo que el bloguero crítico de TV, Sergio, la recordará ahí igual que yo)… ¿Quién iba a decir que llegaría tan lejos?...

No voy a profundizar en temas técnicos de la película, ese campo se lo dejo al Sr. Venegas; aunque solo diré que el producto final me pareció bastante agradable. Una historia liviana, entretenida, bien contada y con actuaciones convincentes, aunque nada espectaculares (punto y aparte podría ser el caso de Williams)…

…  Y digo “podría ser” porque me parece que hacer el papel de Marilyn no tiene mucha ciencia aún con los conflictos personales que le aquejaban al personaje (tal y como lo comentaba con Carlos, otro de mis amigos blogueros).  Es decir, si comparamos esta actuación con la de Meryl Streep (en "Iron Lady"), además de ver la diferencia histriónica, encontramos una dificultad y diferencia importantes entre uno y otro papel (y si no están de acuerdo conmigo, los invito a que pasen al Submarino, se sirvan un cafecito y debatan un rato).

En fin… Además de compartir esa percepción personal de la película, también quiero mencionar otro tema más de fondo. Se trata del amargo de boca que me quedó al ver cómo una mujer tan bella y tan querida, al punto que se pudo jactar de tener a todo un país bajo sus pies, sufriera tanto y no encontrara la paz y el amor que ella anhelaba.

Al menos eso es lo que deduzco de este relato de un pequeño instante en la vida de la actriz.  Todo apunta a que la soledad fue su compañera incansable y no hubo matrimonio, ni hubiera existido hijo (a) que la ahuyentara.  Monroe viajó a lugares hermosos, emocionó a miles de hombres, fue la modelo a seguir de miles de mujeres, se rodeó de lujos materiales, impuso una moda, se inmortalizó… pero… todo a costa de su alma carcomida por un vacío interno que la persiguió hasta la tumba.

¡Qué triste!... Y pensar que esta mujer no pedía más que ser amada, con sinceridad y compromiso, y no por ser Marilyn Monroe (la diva)… ¿Se podría?... Aunque creo que la parte más difícil la llevaba quien quisiera asumir el reto de demostrarle la realidad de sus sentimientos, porque ella nunca le creería a quienes intentaran acercarse de forma honesta y real (si es que hubo alguien así en el curso de su vida).

Katmarce--

jueves, 1 de marzo de 2012

AVENTURAS DE UNA CACERÍA DE TESOROS


Este es un ejemplo de una foto que me intriga...
Yo no sé cuántos de ustedes habrán tenido la oportunidad de visitar las ventas de antigüedades pero les puedo garantizar que es una experiencia sumamente interesante…

Desde hace unas semanas fui arrastrada por un amante de objetos inusuales hacia estos lugares de recuerdos casi borrados, de instantes oxidados y de logros casi enterrados. Su afición ha sido tan contagiante que me ha hecho sentir como si fuéramos los anfitriones de la serie de televisión “Cazadores de Tesoros”, que se transmite en History Channel.

Las visitas han dado sus frutos y juntos hemos descubierto joyitas invaluables, desde cuadros decorativos, documentos históricos, botellas de viejas bebidas (que aún contienen sus líquidos originales), piezas herrumbradas de anticuados artefactos de “avanzada”, colchones rotos, partes de servicios sanitarios, cartas no entregadas (o tal vez recibidas y ahora "desechadas") y fotografías de momentos de gran valor para los protagonistas.

La cantidad de sorpresas no me cabría en una sola entrada para enumerarlas, pero lo que sí es cierto es que ha sido emocionante surfear entre tanto tiliche viejo y verse atrapado por objetos de un valor considerable.

¿Qué les parece pasearse entre una colección de cartas que ofrecen una reconstrucción detallada de un momento de la vida de un fulano “X” y, de paso, permite dilucidar rasgos no muy evidentes de su personalidad?...

… ¿Y qué me dicen de las fotografías?...  Para mí eso es lo más intrigante… ¿Cómo llegaron a una tienda de antigüedades? ¿Quién consintió entregar parte de su vida para que se exhibiera a los cuatro vientos? ¿Qué secretos y preocupaciones encierran esas caras sonrientes en blanco y negro desteñido?...

Yo me divierto mientras me zambullo en este mar de pensamientos al recorrer cada una de las piezas que van apareciendo como pepitas de oro en las paredes de una mina.  Al final de la travesía, lo único que pido es que cuando yo ya no esté en este mundo, mis fotos más personales se mantengan alejadas de los estantes de las tiendas de antigüedades para que no estén disponibles a los ojos de cualquier curioso del futuro (como los míos y los de mi cómplice en estas búsquedas algo clandestinas).

Katmarce—

miércoles, 15 de febrero de 2012

ENTRE EL AQUÍ Y EL ALLÁ


Imagen tomada de www.conplumaypapel.com
La consciencia deambulaba entre el aquí, el ahora, el allá y el pasado.  No era su intención, solamente bailaba entre las olas de un sueño profundo atraído por un accidente con daños irreversibles. Algunas veces escuchaba a quienes en vida fueron personas cercanas y otras veces percibía la preocupación de los doctores por su estado de salud.

No había diferencia entre los días y las noches, los minutos y las horas, las semanas o los meses.  Era un estado permanente de ir y venir, sin control del tiempo, ni el espacio.  Una dimensión donde los sentimientos dolorosos no existen, ni mucho menos las penas terrenales que tanto acosan a los humanos en vida.

La incertidumbre era una compañera constante; sin embargo, existía una única certeza latente: el pasaje adquirido era de una sola vía y esto era tan inequívoco como el trazo seguro de una máquina de costura guiada por la mano de una especialista en estos menesteres.

En algunos momentos de esta inconsciencia a medias, la cama bajo su espalda se sentía algo suave pero incómoda, pues ya había adquirido la forma de sus huesos, perdiendo el confort característico de las noches de sueño plácido en la que fuera su casa.

A ratos llegaba el olor de flores marchitas mezcladas con medicamentos, otras veces, el fresco de la ventana abierta venía acompañado de recuerdos de tierra mojada, pastos verdes y árboles tambaleantes.

Un día (¿o noche?) sucedió que el cuerpo adquirió un peso inusual. La respiración era forzada y mucho más pausada de lo normal.  Quizo decir "adiós, los veo en un rato", pero las palabras se ahogaron en unos labios endurecidos por el tiempo. Su transporte hacia un mundo incierto había llegado. La oscuridad envolvió su espíritu, mientras el camino que debía seguir se iba iluminando paulativamente... Ella lo miró tranquila y simplemente se dejó llevar por su trayectoria...

Katmarce--

miércoles, 1 de febrero de 2012

HASTA EL CONCEPTO DE "FAMILIA" EVOLUCIONA


No hay familias sin niños y niñas”… Estas fueron las declaraciones de nuestra Presidenta de la República, Laura Chinchilla, que desataron la polémica días atrás y me cargaron las pilas para escribir una reflexión al respecto.

No hay que ser una antropóloga o socióloga para, a simple vista, deducir que nuestra sociedad ha evolucionado.  Hoy día las parejas controlan más la formación de su prole por diversos motivos: existen una gran variedad  de métodos anticonceptivos, el costo de la vida va en aumento, la inseguridad se apodera de las calles y las casas, vivimos en un planeta que sufre las consecuencias de un mal uso de los recursos… En fin, estos son algunos de los motivos por los que muchos ponen sus deseos primitivos en una balanza y lo piensan dos veces para aumentar el número de miembros en sus hogares.

Creo que muchos profesionales de mi generación se toman un espacio para conversar con sus parejas al respecto y decidir en conjunto. Durante este proceso, algunos resuelven posponer la perpetuación del apellido para épocas mejores (si es que llegan) y, en su lugar, prefieren cultivar un núcleo formado por solo dos integrantes.

… Yo no veo cuál es el problema de esta nueva concepción de "familia"... También hay que considerar que hay quienes tienen impedimentos para tener hijos (ya sean por problemas biológicos, genéticos o por su elección de convivir con una pareja homosexual)…

Como lo dije antes, nuestra sociedad está en un escalón muy diferente desde que el concepto de familia se concibió. Por ello, es necesario adaptarnos a este cambio y, sobre todo, respetar las diversas formas de ver la vida y de asumir el destino de cada quien, sin imponer viejos esquemas que se están transformando hacia una filosofía de mayor consciencia del entorno donde se vive.

Katmarce—

domingo, 15 de enero de 2012

VISITA MISTERIOSA DE VIVOS COLORES


Imagen tomada de parameshwarys.blogspot.com
Escurridizo… Así se introdujo el fresco del día soleado por la ventana abierta que da con el respaldar de mi cama.  Y entre sus faldas de aire de verano, se trajo consigo unas grandes mariposas de vivos colores que entraron sin anunciarse a mi aposento, mientras tomaban el salón mayor para bailar con elegancia, tal como si fuera una extensión del jardín.

En ese instante, yo dormía plácidamente hasta que tres mariposas de alas de color azul plata se posaron en mi cabeza y me despertaron con su caminar sigiloso de pies ultra-finos.  Al incorporarme, lentamente, percibí su presencia y observé que otras tres de ropaje color naranja revoleteaban en el dormitorio en busca de algunas plantas de flores llamativas que acostumbran a quedarse al pie de mi cama.

La escena era tan fascinante que me inspiró cerrar los ojos, solo por un momento, para inhalar y disfrutar el sabor de verano soleado y brisa joven que me abrazaba. Simpatizo con las pequeñas visitantes pero supe que su felicidad no estaba entre cuatro paredes. Ellas son de espíritu libre, de creatividad espontánea y de felicidad limitada, por eso me dispuse a mostrarles el camino hacia la floresta externa que vibraba con tonos amarillos y verdes entre un alegre vaivén producto del viento que no daba tregua.

Delicadamente las tomé entre mis manos y las llevé hacia su libertad como si fueran peces recién rescatados de una trampa mortal de marineros clandestinos.  Una a una, las agraciadas forasteras emprendieron su vuelo, planeando con su cuerpo frágil entre la deliciosa corriente de aire, más allá de mi ventana, entre las flores del jardín, entre los tallos carnosos de hojas verdes, entre los rayos de un sol palpitante de una mañana intensa de verano donde, misteriosamente, sin mayores explicaciones, las mariposas inundaron mi dormir y salpicaron mi día con su color y armonía.

Katmarce--