sábado, 24 de septiembre de 2011

LA REVOLUCIÓN ESTÁ LATENTE MÁS ALLÁ DE LOS SIMIOS


Lo admito, he estado evitando escribir una entrada sobre este tema para no sonar repetitiva, pero bueno, al final me decidí y les comparto la reflexión que me provocó la película “El Origen del Planeta de los Simios”.

Mucho más allá de afirmar que estamos ante una historia muy bien amarrada, una película que vale la pena ir a ver al cine y de la cual uno sale con una gran satisfacción de haber ejercitado un poco la maquinaria pensante; la película toca un tema ético sobre nuestro deber como humanos de respetar a todos los seres que habitan en esta bola azul.

Mucho se ha dicho, y he leído, de si los perros tienen o no sentimientos, de si es correcto utilizar animales para realizar experimentos médicos, si fue conveniente enviar un mono que al espacio, qué pasaría con el burro si le “cocinan” un gemelo probeta casi idéntico o que si los cuervos tienen derecho a hacer sus necesidades donde mejor les plazca a pesar de que sus residuos dañen la arquitectura de algunos edificios.

En esta película se retoman estos dilemas planteados desde una óptica de un primate.  ¿Hasta dónde es ético imponer nuestro bienestar sobre el de los otros seres vivos a pesar de tengan una capacidad intelectual menor?

Nuestra legislación aún le falta compromiso para integrar leyes que aboguen por el respeto de la vida animal y es por eso que los defensores de este tema se mantienen en una lucha constante por hacer valer su voz por las criaturas de otras razas. En estos días vemos actitudes inhumanas como: la agresión totalmente injustificada hacia los perros maltratados, animales salvajes encerrados en jaulas y llevados a un hábitat desconocido para ellos o métodos de pesca y caza descontrolados que atentan con la aniquilación de algunas especies… ¡Todo esto es inhumano!

Claro que lloré durante la película. Claro que me identifiqué con César, ese simio que desarrolló sus facultades y pudo expresarse más allá de lo imaginable. Por supuesto que salí pensando en los miles de “César” que sentirán dolor y tristeza y no saben cómo decir “BASTA”.

… Era de esperarse que esta película me moviera más allá de la historia de un clásico de ciencia ficción.

Katmarce--

miércoles, 7 de septiembre de 2011

ELLA, LA TARDE Y EL CAMINO


Ella simplemente miraba hacia el horizonte.  Tenía un perfil fino, algo delicado y poco convencional para quienes vivían en esa zona rústica.  Su largo pelo castaño lo mantenía amarrado de forma apática, de la misma forma que el pianista experimentado desliza sus dedos entre las teclas de acordes harto conocidos.

Era una tarde asfixiante, de un sol que penetraba hasta la más pequeña madriguera de hormiga.  La brisa era escasa y aunque se asomaba con timidez, no era suficiente para alejar el vapor caliente y tenso que acompañaba la respiración y se infiltraba entre el vestido de tela ligera.

La mujer estaba sentada en una banca de pino teñido, en el patio de su casa. Una casa en las afueras del centro de la ciudad.  Una edificación sencilla de grandes ventanas, con paredes de madera un poco corroídas por el tiempo y las decepciones.

Esa tarde la había destinado con el único propósito egoísta de sentarse a disfrutar un espacio para ella; serenar su mente, dejar que los pensamientos se escabulleran a lugares más placenteros y quedarse en solitario en ese corredor que todos los días limpiaba con gran afán para alguien que nunca llegó.

Para la ocasión se preparó una limonada suave, con poco azúcar y mucho hielo.  En su mano derecha sentía el frío refrescante de los cuadros helados que chapuceaban dentro del vaso de vidrio transparente, el cual mantenía apoyado en su ante pierna.

Sus ojos hechizados no se apartaban de ese camino polvoriento, lejano, que iniciaba justo en medio del jardín de su casa como una alfombra seca de antiguos actores y modelos de pasamanería.

Era una calle de lastre, de doble vía, por donde se había colado la alegría y por donde también se había evaporado su ilusión.  En su mirada ya no había dolor, ni tristeza; sino nostalgia, como la que abunda en el recuerdo de un ser querido que ha agotado todos sus suspiros terrenales.

El calor caía pesadamente sobre su cuerpo, mientras que el sudor resbalaba por su piel un poco atropellada por los años. Una que otra respiración nacía desde lo más profundo de su ser y salía llevándose un poco de su alma dolida entre tanto recuerdo que la acompañaba durante este estado de contemplación y sofoco.

El tiempo pasaba y a ella no le importaba.  ¡Qué diablos le iba a importar si el tiempo hace mucho la había abandonado a su suerte en aquella casa olvidada por la lluvia, en un pueblo donde los sueños se marchitan y la pasión se diseca para quedar colgada en algún rincón oscuro y solitario de una pared descascarada por la inercia!

Katmarce—