viernes, 26 de agosto de 2011

UN ADIÓS QUE SE CLAVA EN EL PECHO (iii)

El extraño sonido apareció en su aposento en medio de la noche.  Yo salté de la cama, debido a mi eterno estado de alerta.  Ahí estaba él, angustiado, desplomado en el piso, contorsionándose extrañamente, con la vista perdida, sus pies y manos batallaban descontroladamente contra algún atacante imaginario, mientras un gemido salía de su boca de forma intermitente en medio del pedaleo de sus extremidades como si quisiera emitir algún mensaje lejano del más allá. Pasados unos minutos, mi querido amigo empezó a tranquilizarse. La convulsión iba dando paso, poco a poco, al dominio de la consciencia.

Estos constantes y angustiosos episodios eran una tortura para mí.  El eterno estado de alerta pasó a ser una alarma crónica -y a veces infundada, debo admitirlo-, siempre vigilante de cualquier indicio que me anunciara la visita de la tenebrosa convulsión.

Un día de tantos, mi gran amigo tuvo que partir. Su vida iba a tomar nuevos rumbos y no necesariamente por decisión propia.  Las situaciones lo forzaron a abandonarme, dejándome su rincón vacío y un gran espacio imposible de llenar. No fue un adiós fácil –¿cuál adiós es fácil?. En ese momento un puño despiadado desmoronó mi corazón ante el último beso y abrazo, pues yo sabía que nunca más volvería a sentir su calor en mi pecho.

El recuerdo de su compañía y de su amor sincero fueron las únicas herencias agradables que quedaron, junto con varias fotografías de tiempos felices. Mi amigo padecía de epilepsia y algunos meses después de su partida, me llegaron a contar que en uno de esos episodios él abandonó su cuerpo para recorrer un campo más verde y libre, donde hay una costa infinita de cielos teñidos por la eternidad.

Hoy y siempre mi corazón lo extraña hasta donde las palabras no lo pueden describir, como el gran amigo que fue, el que me regaló quintales de alegría de forma generosa y el que siempre estaba pendiente de mi llegada, expectante con sus brillantes ojos como dos botones negros y su hermosa cola peluda tambaleándose de un lado a otro, hablándonos con frases que solo nosotros conocíamos a través de nuestra mirada cómplice de amor y admiración recíprocas.

-Dedicado a Teo-


Katmarce—

miércoles, 17 de agosto de 2011

UN ADIÓS A MEDIAS (ii)


Foto tomada de palabrasquesegastanconeltiempo.blogspot.com
“¡Esto fue suficiente!”, pensó Ana luego de recibir públicamente unos fuertes improperios adobados con el tono más violento que le conocía a su pareja. En ese microsegundo, ella sintió que la situación había atropellado a su alma y que los testigos de la escena habían notado su cara pálida que lentamente se ruborizaba.

Ya había soportado humillaciones, gritos, insultos, y hasta algunos manotazos, incluso delante de sus propias hijas, pero nunca antes se había percatado que estaba sucumbiendo ante la agresión.

Ese hombre al que ella quiso de forma abierta y desmedida, ya no era el mismo. Y ella lo sabía perfectamente. Hace tiempo que aquellos brazos que una vez la hicieron sentir querida y le ofrecieron la protección que no había encontrado en el pasado, se habían convertido en dos cuchillos filosos y punzantes, llenos de sorpresas ingratas.

Hoy, al fin vio su rostro ante el espejo del desprecio, notó su cuerpo pisoteado por el que un día le dijo que la amaba y que ahora la utilizaba como la ficha mágica que le proporcionaba los poderes que lo convertían en el “super-macho”.

Fue cuestión de segundos para que esa escena bochornosa la embriagara con la hiel de su condición de agredida.  Con su cabeza gacha, sin articular palabra alguna, Ana supo que este era el principio del fin, mientras el dolor empezaba a acalambrar sus músculos.

Definitivamente, esto se está saliendo de control. Pero, ¿qué voy a hacer?”, meditaba mientras sentía que sus pensamientos bailaban como un trompo descontrolado y sus pies adquirían el peso extra de una o dos toneladas, tal y como si un pantano espeso de lodo y algas los estuviera devorando lenta e irreversiblemente.

Tenía muy claro su deber de  decir “adiós”… Pero, ¿cómo pronunciar esta palabra cuando no se tiene nada en la vida más que dos bocas que alimentar y una gran valija llena de carencia de amor propio y ninguna esperanza en el futuro?...

… Efectivamente, Ana dijo “adiós”, pero en pocos días, nuevamente se le vio de la mano de la sombra que la inutilizaba y que la convertía en una simple marioneta al servicio de un cobarde machista.

Katmarce--

miércoles, 10 de agosto de 2011

UN ADIÓS (i)


Foto tomada de: loquecreoloquesoy.blogspot.com
Estos pantalones ya estaban empezando a sentirse pequeños ante esta relación que se incrustaba en mi cuerpo con una carga  pesada y excesiva…

Le dije: “es hora de partir”.  Ella respondió: “aún te quiero”. Yo le contesté: “te quise en algún momento, pero ya no”; preferí ser honesto, aunque sabía que mis palabras sonaban frías y despiadadas como la trivial charla del carcelero ante el preso que está a punto de morir.

Es hora de irme”, repetí.  Ella cogió mis manos, mientras algunas lágrimas aparecían en su rostro y finalmente lanzó la pregunta que yo temía: “¿nos volveremos a ver?”...  Le dije: “tal vez”… Esta vez mentí descaradamente para reducir un poco el sabor amargo que empezaba a quemar mi garganta, porque era obvio que yo no quería provocar un futuro encuentro.

La abracé por última vez, le di un beso en su mejilla húmeda y finalmente partí.  Sentí un pequeño tirón en el corazón, de esos que sacuden fuerte al inicio pero luego aflojan y permanecen constantes con una incómoda calma aparente.  Solo faltaron algunos pasos firmes para percatarme que el dolor intenso se había quedado sentado al lado de la mujer que alguna vez me hizo sonreír, abarcándola con sus robustos brazos alargados mientras ella buscaba consuelo en el silencio y el frío de la banca metálica del parque.

Mi respiración profunda y acongojada y el deseo de voltear la mirada hacia atrás se escondieron entre mi caminar acelerado. Afortunadamente, en ese momento, un taxi se acercó por la calle, levanté el brazo para detenerlo y, en ese preciso instante, estuve seguro que la ruta era estable, al sentir la libertad apoderarse de mi espacio con nuevos destinos y tiquetes gratuitos para mi nuevo viaje.

Katmarce--

martes, 2 de agosto de 2011

INSTANTES DE SILENCIO


Foto extraída de hargentina.blogspot.com
El camino es largo, pero me siento confiada en que pronto llegaré... A lo lejos distingo el resplandor de  una ciudad viva y escucho su latir lejano y agitado como un zumbido de  enjambre de langostas voladoras que se abalanza en busca del siguiente campo donde saciar su apetito voraz.

De pronto, miro hacia el cielo y me encuentro con la inmensidad de la vida. Me detengo a observar con detalle las lucecitas asustadas, escondidas entre los pliegues del manto oscuro que me cubre.  La mítica luna llena aparece en medio de la enagua del firmamento y pone en evidencia las sombras de lo incierto, que se apresuran a refugiarse entre los árboles que emergen a mi lado.

El susurro del viento acaricia delicadamente mi pelo, adormece las plantas a su paso y se desliza, plácidamente, como un ladrón arrepentido que desaparece por el claroscuro del sendero.  En el acto, algunas hojas se desprenden de su lecho de siempre para comenzar el viaje hacia lo desconocido, junto con el profanador ligero que se adelanta en el recorrido.

La paz y la quietud son mis nuevas compañeras.  Me sumerjo en el misterio de la noche y escucho los quejidos del silencio; esas voces inconfundibles que me hablan con sus frases calladas y se abren espacio entre el tumulto de mi respiración que se expande a mi alrededor y el eco de mi pensamiento que se disfraza en la penumbra.

Súbitamente, me doy cuenta de que la brisa adquiere una fuerza que huele a mojado y ese mismo viento que me distrajo por unos instantes es el que me trae devuelta a la realidad.

Reconozco que me falta trecho por andar; así que apresuro mi marcha...

Katmarce--